Las puntas de amatista naturales tienen una forma que recuerda al obelisco. Quién sabe si los antiguos egipcios, fascinados por los cristales y las piedras, se inspiraron en ellas para crear sus majestuosos monumentos.
Su conocimiento en gemología y geología quedó demostrado en su capacidad de buscar y extraer minerales y rocas, así como en la explotación de canteras o en la construcción de las pirámides.
En cualquier caso, hoy invertimos el proceso y tallamos amatistas con forma de obelisco. ¿Qué tiene de especial esta figura para seguir cautivando al ser humano? Toda una historia de fascinación geométrica.
Antes de que el Homo erectus descubriera los primeros cristales, todo el mundo que le rodeaba estaba dominado por las líneas curvas. En los árboles, las flores, los ríos, las nubes o los pájaros, no había rectas ni poliedros, por eso es comprensible que decidiera conservarlos como un tesoro.
De hecho, los cristales de cuarzo fueron las primeras piezas que coleccionó el hombre sin ningún fin utilitario. Unos objetos transparentes y misteriosos, que brillaban de una forma única y que nadie había visto nacer ni morir. El flechazo debió ser instantáneo y todavía nos dura, aunque desde entonces han pasado 390.000 años.
La observación de los cristales está muy relacionada con el arte y la arquitectura, pero fue en ese momento cuando se plantó la semilla del pensamiento abstracto. Un pensamiento que siglos más tarde, en el antiguo Egipto, se materializaría en todo su esplendor. Los obeliscos son un buen ejemplo de las proezas de esa época.
Los obeliscos del antiguo Egipto reflejan la cosmovisión del universo y la vida que tenían en aquella época. Con su base cuadrada y punta piramidal, eran erigidos en parejas a la entrada de templos, simbolizando la conexión con el dios sol Ra y destacando el aspecto sagrado de esos lugares.
En sus inicios, representaban el Benben, la colina primigenia de la mitología egipcia. Según la leyenda, que se originó en la ciudad de Heliópolis, esta colina surgió durante el nacimiento del mundo y fue el lugar donde se crearon los dioses y los seres vivos. Aunque algunos historiadores afirman que se trataba de un meteorito de composición ferrosa (siderita) caído en la época prehistórica.
En Heliópolis se decía que el pájaro Bennu (el ave Fénix egipcia) se posaba en la piedra Benben. Sin embargo, con el tiempo, el obelisco se asoció cada vez más con Ra y el culto solar, especialmente a partir del Reino Nuevo (c. 1570-1069 a.C.).
Los obeliscos representaban el poder del sol tocando la tierra o, en una lectura más profunda, el punto de unión entre el mundo espiritual (el cielo) y el mundo material (la tierra). Tallados de una sola pieza de piedra, son una hazaña de ingeniería y planificación que aún hoy nos sorprende.
Su creación y transporte es testimonio de la capacidad técnica de los antiguos egipcios. Estos utilizaban las canteras para construir estructuras perdurables y bellas, como las piezas de amatista, con las que elaboraban todo tipo de amuletos protectores.
El término “obelisco” viene del griego ὀβελίσκος (obelískos), que significa “obelo pequeño”. ¿Y qué era un obelo? Pues, en griego antiguo, ὀβελός (obelos) significa “estaca de asar”. Podemos imaginar que sería algo parecido a los espetos que vemos en las playas de Málaga y Granada.
Los antiguos egipcios llamaban a estos monumentos “tejen” (en singular) y “tejenu” (en plural). Cuando los griegos los vieron, usaron la palabra “obelisco” debido a la similitud en la forma con las estacas que conocían.
De pequeños pasaron a inmensos y, paradojas de la vida, hoy vuelven a reducirse hasta convertirse de nuevo en unos pinchos más pequeños que los que evocaron un día.
Un obelisco de amatista mide, por lo general, entre 7 y 20 cm. Se suele utilizar como decoración, para meditar o en terapias alternativas, pero pocos saben que se eleva al cielo simbolizando la conexión entre lo terrestre y lo celestial, tal como lo hacían los antiguos obeliscos egipcios.
Aun así, nos siguen pareciendo enigmáticos y maravillosos. En el fondo, desde los primeros homínidos hasta hoy, no hemos cambiado tanto…
Foto | Edz Norton | Signalschwarz | The Cleveland Museum of Art | Kimberley Chow
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